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lunes, 17 de diciembre de 2012

Capítulo VII: Tengo una segunda oportunidad y no voy a desperdiciarla.

Me he vuelto a aficionar al rap, hacía años que no me ponía a escuchar ese tipo de música y todo empezó ayer cuando encontré una caja en el trastero dónde guardé todos los recuerdos de mi adolescencia cuando me fui de casa, ¡qué recuerdos!

Dentro de la caja había una sudadera que me regaló Katia cuando nos conocimos, un millón de fotos de mis amigos y de mí con unas pintas que no me las termino de creer y estaba mi iPod, mi querido iPod por el que estuve trabajando meses para poder comprármelo e indagando en él, pude ver que mi época rapera realmente no había desaparecido. Seguía siendo la misma chica que vestía con gorras al revés, sudaderas y pantalones vaqueros anchos. Un millón de recuerdos vinieron a mi mente y empecé a llorar, no sé por qué. Los recuerdos afloraron en mí como si de un tatuaje se tratara, entonces me di cuenta de que no podía escapar de mi pasado. Nunca fui una chica rica, ni guapa, ni siquiera sé si llegué a ser alguien o si lo soy.

El timbre de mi móvil interrumpió mis pensamientos y vi que Irina me estaba llamando, hoy hace dos meses que empecé la terapia y hoy hemos quedado para visitar el barrio donde viví cuando era pequeña y, como de costumbre, llegaba media hora tarde.

- Lo siento, Iri. Hoy tuve que cerrar la tienda más tarde y no he podido salir antes.
- No pasa nada, tonta, te llamo porque pensé que te habías echado atrás.
- No, tranqui, llego en diez minutos.
- Perfecto, hasta ahora.

Cogí una de mis antiguas sudaderas y los primeros pantalones que pillé y salí corriendo. Me percaté que esa vieja sudadera todavía olía a aquel perfume que me gustaba tanto, aunque ahora mismo no me hace mucha gracia ese olor.

Llegué a la puerta de la consulta y me monté en el coche de Irina. Arrancó y me sumí en mis pensamientos, casi no hablamos porque no sabía qué decirle. Cuando estoy con ella no dejo de pensar en Daniel, en cómo hacer para que ella me acerque a él.

- Bueno, Irina. Cuéntame algo de ti, tú conoces todo de mí y yo de ti nada.
- Pues… No sé. Realmente, no sé qué contarte. No hay nada que contar sobre mi vida.
- Katia me dijo que tuviste una infancia difícil.
- Pues sí…
- ¿Se puede saber por qué?
- Pues… Mi padre nos abandonó cuando tan sólo tenía cinco años y mi madre cayó en una depresión dos años más tarde. Mi hermano fue quién se hizo cargo de mí y quién trabajó para pagarme la carrera. Cuando tenía siete años, mi madre ya se estaba recuperando de la depresión y entonces asesinaron a mi abuelo y a mi abuela, entraron a robar a su casa y cuando mi abuelo se despertó porque escuchó ruido, en un intento de llamar a la policía, el ladrón usó su arma y bueno…
- Puf… Lo siento, no debería de haberte preguntado.
- No pasa nada, lo tengo superado. A quién más le costó fue a mi hermano y sobre todo a mi madre. Ella nunca levantó cabeza y hoy día, está en el psiquiátrico. Mi hermano y yo vamos todos los fines de semana a verla.
- Que mal… ¿Y tú hermano cómo lo superó?
- Pues… Con coraje. Estuvo yendo a varios psicólogos hasta hace seis años. Se enamoró de su psicóloga y eso hizo que se terminara de recuperar, lo ayudó muchísimo pero no cuajó la relación y hace unos años estuvo con una chica que nunca quiso presentarme pero creo que ella le hizo daño.
- ¿Qué te hace pensar eso? - dije bastante nerviosa.
- Pues porque no dormía, casi no comía y empezó a ir otra vez al psicólogo, o sea, empezó una nueva terapia con la chica ésta que te dije. Ahora mismo vuelven a estar juntos pero creo que no durarán… Aunque lo veo feliz y si es así, pues me alegro por los dos.
- Ah… Bueno, pues me alegro por él - quise dejar de hablar de ese tema y preferí concluir así.

Pude percatarme de que ya estábamos en Villaverde Bajo, un barrio de Madrid. Pasamos por delante de mi antigua casa y pude fijarme que estaba tal y cómo la dejé aunque ligeramente descuidada. Estaba el buzón rosa dónde mi hermano y yo dejamos nuestras manos pintadas y en la verja que rodeaba la casa todavía estaba el cartel de “Cuidado, pequeños tratos sueltos. Altamente peligrosos.” que había hecho mi madre en la época en que todos éramos felices. Qué recuerdos…

- ¿Qué tal lo llevas? - preguntó Irina.
- Bien… Me siento rara. Hacía años que no pasaba por aquí y estoy como desubicada.
- Normal.
- ¿Qué tal si nos vamos ya? Me estoy empezando a poner enferma - dije mientras miraba por la ventana y observaba fijamente hacia un chico de unos treinta y cinco años.
- ¿Quién es ese chico al que estás mirando?
- ¿Ese? Es Borja. Te he dicho que nos vayamos ya, no quiero seguir aquí.
- Vale, vale. Ya doy la vuelta.

Pasó casi una hora en silencio hasta que llegamos a la calle donde vivo. Cuando fui a bajarme del coche Irina lo impidió.

- ¿Te gustaría venir a cenar a mi casa esta noche?
- No lo sé - respondí cortante.
- Voy a cenar con mi hermano y mi… bueno, un amigo.
- Em, ¿qué? sí, sí, iré - balbuceé.
- Vale, pues a las ocho vente, te apunto la calle - dijo apuntándome la dirección en una papelito mientras se reía tontamente, cosa que me puso de mal humor. No sé por qué.
- Vale, pues hasta la noche, cariño.

Voy a cenar con Daniel, no me lo creo. Y… Con su novia. Seguro que vendrá. Pero da igual, quiero verlo sonreír, quiero sentarme en la misma mesa que él y mirarlo con ojitos, quiero que se sienta intimidado de tanto mirarlo. Por fin, Irina me ha abierto las puertas a él. Cogí el móvil y le escribí un sms a Katia: “Gracias, amiga. TE QUIERO” y seguidamente lo envié. Gracias a esta tontería del psicólogo tengo una segunda oportunidad y no voy a desperdiciarla.

Inmediatamente fui a ducharme, eran las seis de la tarde y tenía que estar perfecta, la novia de Daniel no iba a ser nadie a mi lado.

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