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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo VI: Siempre quise ser psicóloga, pero nunca pensé que iría a uno.



Hoy he hablado con Katia y me ha aconsejado que fuera a una psicóloga, yo la tomé en broma, pero no, era en serio. Adivinad quién está en el coche de Katia con las muñecas amarradas con una soga, yendo al centro de Madrid en contra de su voluntad.
-       ¿Sabes Katia? De pequeña quería ser psicóloga pero cuando me fui de casa dejé los estudios y me dediqué a hacer otras cosas. Siempre había querido ser psicóloga.
-     Sí? Pues no lo sabía.
-         Ya. Siempre quise serlo, pero nunca pensé que iba a estar en la consulta de uno. ¡¡No estoy loca!!
-         Yo creo que sí, pero no te traigo aquí por eso. Es una compañera de la facultad, una de las mejores psicólogas que conozco. Ha tenido una vida… Complicada, como la tuya. Creo que ella podrá entenderte muy bien y ojalá consiga encarrilarte, desde que Daniel se marchó, no haces otra cosa que beber como una cosaca e intentar aparentar que tienes dieciocho años. Y ya tienes casi treinta. No tienes edad para tonterías.
-         Vale, madre -. Ahí concluyó la conversación. Entiendo que quiera ayudarme, es mi mejor amiga pero creo que es mi vida y con ella puedo hacer lo que me de la gana. Si quiero comportarme como una niñata, lo hago y punto.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando me fijé que estábamos delante de la consulta. Nos esperaba en la puerta una chica de melena rubia y ojos grises. Era mona, la verdad, y su cara me sonaba muchísimo. Seguro que la he visto en alguna discoteca o algo… no lo sé.
-         Hola, soy Dafne - dije a regañadientes cuando me bajé del coche.
-         Hola, Dafne. Me llamo Irina, veo que al final consiguió engañarte - dijo con tono simpático.
-         Sí, al final conseguí que viniera. Ojalá no salga corriendo en cuanto te des la vuelta - dijo Katia para terminar de rematar la broma.
-         Yo no sé de qué os reis - no sé dónde le ven la gracia a obligarme a venir a este sitio a contarle mis traumas a una loquera.
Cuando entramos al despacho pude ver que estaba muy bien decorado, muebles en tonos oscuros aparentemente caros y cuadros de arte moderno que para mi gusto, no son más que garabatos sobre un lienzo pero bueno, para gusto se hicieron los colores.
-         Bueno Dafne, siéntate en el sillón o acuéstate, como prefieras, y no sé, empieza a contarme algo sobre tu infancia.
-         No hay mucho que contar. Mis padres pasaban de mí, mi hermano era mejor que yo en todo, mi único apoyo moral eran mis abuelos hasta que murieron cuando cumplí los doce años. A los dieciséis años me escapé de mi casa con mi novio y cuando lo dejamos dormí un par de días en la calle. Encontré trabajo, alquilé un piso de estudiante aunque no estudiaba. Tuve un pequeño lío con un ecuatoriano de ese piso, me puso los cuernos con otra chica del piso por lo que me fui a vivir a otro sitio. Me echaron del trabajo y estuve viviendo a costa del dinero que le quitaba a mi padre de su cuenta durante tres meses porque no sé cómo, tenía su número de cuenta apuntado en una libreta del instituto, en fin… Estudié dibujo técnico y empecé a trabajar en una empresa como diseñadora de ropa. Conocí a Daniel, le hice daño, me echaron del trabajo, mi vida se hundió y ahora estoy aquí, contándole mi vida a una completa extraña que va a sentir pena de mi desgraciada vida y me va a mandar antidepresivos para que no me suicide y así no perder a una loca más.
-         Em… ¿No había nada que contar no? - dijo en tono sarcástico. - Bueno, en principio, creo que tienes muchos traumas infantiles. Te falta afecto familiar… ¿Has vuelto a hablar con tus padres?
-         ¿Estás loca? Ni siquiera pegaron carteles de desaparecida cuando me fui de mi casa. Seguro que ni se enteraron de que me había ido.
-         ¿Eres difícil, eh?
-         ¿Yo? Puede.
-         Háblame de Daniel. ¿Quién es ese chico al que le hiciste daño?
-         No quiero hablar de él.
-         Te traje aquí para que hablaras, así que habla. No te voy a pagar una sesión de ochenta euros para que cierres esa boca de arpía que tienes - dijo Katia haciéndome entender sutilmente que si no hablaba me mataría.
-         Vale. Daniel es un chico que conocí en una discoteca. Yo antes de conocerlo era una chica muy liberal, me acostaba con tíos y al día siguiente me iba de su casa y no volvían a saber nada de mí. Me daba miedo el amor porque un día me enamoré y me hicieron mucho daño.
-         ¿Qué fue lo que te hicieron para que tuvieras tanto miedo? Si puede saberse claro - escarbó en la herida mi querida psicóloga.
-         Puf… Me enamoré de un chico cuando tenía veinte años. Borja… Aún me acuerdo de el olor de su perfume y la forma en la que me dejó diciéndome: “Estás muy buena, nena, pero no eres tú, soy yo, creo que merezco algo mejor”. Era el típico malote de las películas. Piel oscura, ojos marrones pero inquietantes, cuerpo de modelo, labios carnosos y hablaba como un macarrilla de suburbio, pero aun así, yo lo amaba. Me enamoró haciéndome creer que era perfecto pero no era más que un cerdo.
-         ¿Te dejó y por eso tienes miedo del amor? - siguió escarbando.
-         No. Él era un chico que acababa de salir de la cárcel por no sé qué de un robo en un supermercado o eso me dijo a mí. Dos días después de conocerlo, ya vivíamos juntos. Hacíamos el amor cuando nos despertábamos,  a la hora de comer, a la hora de la siesta, por la noche; a todas horas. Aunque también íbamos al cine, a cenar, íbamos al parque a echarle de comer a las palomas y solía leerme poesías qué él mismo escribía. Era todo perfecto. Nunca discutíamos y cuando lo hacíamos, todo se arreglaba con un par de besos. Era lo que yo llamaba “mi príncipe azul”.
-         ¿Entonces, por qué te dejó? No entiendo nada. Todo era supuestamente perfecto. No sé si pedirte su número para mi - bromeó.
-         Ojalá hubiera sido todo tan perfecto. Perdí dos años y medio de mi vida. En ese tiempo, él vivía del dinero que ingresaba yo porque yo pagaba la casa, la comida y todo lo que hubiera que pagar para poder vivir. Él también trabajaba pero la diferencia a mi trabajo es que él nunca tuvo días libres, ni vacaciones. Realmente, no trabajaba como puedes imaginarte. Salía de casa con la excusa de que iba a trabajar e iba a ver a la otra, con la que probablemente hacía lo mismo que conmigo. Otra relación perfecta con sexo salvaje y romance por todos lados, hasta que se descubrió todo.
-         ¿Y por qué no lo dejaste tú entonces?
-         No quería perderlo. Me enteré de que me estaba engañando un día en que le llegó al móvil un mensaje que decía: “Te espero caliente en la cama. Cuando llegues de trabajar ven a la habitación. Feliz aniversario, cariño”. No le dije nada en el momento y ni siquiera le seguí. Le esperé en casa, llorando como loca y sin saber qué hacer. Cuando llegó me preguntó que qué me pasaba y le conté que le había mirado el móvil y que no sabía qué hacer.
-         ¿Y él qué te dijo?
-         Se enfadó porque le había cogido el móvil, tiró el móvil al suelo y me dijo la frase que te dije antes. Cuando se fue a ir le dije que no se fuera y me besó. Volví a caer. Lo hicimos salvajemente y cuando terminamos, fui a preparar la cena. Él vino por detrás y me besó y le dije que me sentía mal porque me había hecho daño, que era un cabrón y no se merecía nada de lo que había hecho por él.
-         ¿Y entonces…?
-         Se enfadó, me insultó y me golpeó hasta dejarme inconsciente. Sólo sé que al día siguiente me desperté en urgencias y sólo vi a Katia a mi lado. Desde entonces no he vuelto a confiar en un hombre.
-         Normal, cariño, pero de todo se sale. No todos los chicos son iguales y tienes que abrirte al amor.
-         ¿Amor? ¿Qué es eso? Tuve algo parecido con Daniel y le puse los cuernos. La cagué y me siento una gilipollas, lo vi el otro día y ya tenía una nueva novia y me merezco que me olvidara. Pero… No sé qué hago contándote todo esto. Ni a ti ni a nadie le interesa mi vida. Lo siento, pero me voy, me incomoda todo este tema y no creo que tenga ya arreglo nada de lo que he hecho - me levanté del sillón y me fui, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón a mil por hora.
-         Perdónala, es muy cerrada y le cuesta mucho recordar todo lo que le pasó - Katia se disculpó con la chica.

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